Introducción

Prólogo a La hidra de la revolución

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Aquí compartimos las palabras de los autores que abren la flamante edición de este clásico vigente de la historia "desde abajo".

En su poema “Preguntas de un obrero que lee” (1935), Bertolt Brecht interpelaba: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?”. Y respondía, como es bien sabido: “En los libros aparecen los nombres de los reyes”. Después, de manera subversiva, se preguntaba: “¿Acaso los reyes acarrearon los bloques de piedra?”.

Brecht deambulaba a lo largo del planeta, desde Europa hasta América Latina, Oriente Medio, India, China y África, imaginando cómo podría aparecer un grupo variopinto de trabajadores en una historia dominada por los “grandes hombres” y los monumentos a su vanidad. Los autores de este libro seguimos los pasos de Brecht al escribir esta historia de los trabajadores del Atlántico, especialmente de los marineros y de los esclavos. Damos comienzo a esta nueva edición homenajeando a Brecht, impulsor de la historia desde abajo y autor de su himno.

Este libro combina las tradiciones afroamericanas, inglesas y norteamericanas de la historia desde abajo. W. E. B. Du Bois nos enseñó a estudiar la segregación racial y la insidiosa ideología del supremacismo blanco. El mismo año del poema de Brecht, Du Bois publicó Black Reconstruction in America [La reconstrucción negra en Estados Unidos],[1] donde escribía: “La emancipación del hombre es la emancipación del trabajo, y la emancipación del trabajo es la liberación de esa mayoría básica de trabajadores que son de piel amarilla, marrón o negra”. En Los Jacobinos negros,[2] publicado en 1938, C. L. R. James describió la primera revolución exitosa de los trabajadores en la historia moderna, añadiendo que las masas urbanas de Europa completaron lo que ya habían empezado los esclavos de las plantaciones. George Rawick nos presentó la noción de la actividad propia de la clase trabajadora. Después de leer los 20 volúmenes de sus Slave narratives, era imposible no pensar en el esclavo como un actor de la Historia. Walter Rodney no dejó de hablar de la importancia de la figura del académico, teórico y activista. Roney instigó una “ruptura radical con el sistema capitalista internacional”. La tradición afroamericana de la historia desde abajo, relacionada por necesidad con el esclavismo y su abolición, adoptó una perspectiva atlántica.

Una fortaleza de la tradición inglesa de la historia desde abajo estuvo en la profundidad teórica y en la especificidad histórica de su noción de clase trabajadora, tal y como fue aportada por E. P. Thompson en su La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963). Esta especificidad supuso un descubrimiento metodológico para la investigación documental. Dado que la clase dominante ha sido la custodia de los archivos, los documentos “deben ser expuestos a una luz satánica y leídos al revés” escribió Thompson. Una segunda fortaleza de la tradición inglesa de historia desde abajo estuvo en su énfasis en las ideas alternativas a las de la clase dominante. De todas las ideas radicales de la Revolución inglesa descritas por Christopher Hill en El mundo trastornado. El ideario popular extremista de la revolución inglesa del siglo XVII (1972), el antinomismo y los comunes son para nosotros las más significativas. De hecho, en un principio concebimos este libro como una manera de enlazar los famosos estudios de Hill y Thompson, y explorar la época comprendida entre 1640 y 1790.

En Estados Unidos, el poema de Brecht tuvo el efecto declamatorio de un manifiesto. Jesse Lemisch resumió las “Preguntas de un obrero que lee” en el comienzo de su ensayo de 1968 “The American Revolution as seen from the Bottom Up” [“La revolución americana vista desde abajo”]. Herbert G. Gutman y sus colegas del American Social History Project usaron el poema para introducir y poner nombre a los dos volúmenes de su historia de los trabajadores en Estados Unidos, Who Built America? [Quién construyó EE. UU.] (1989). La historia desde abajo ha desafiado las crónicas de la Guerra Fría sobre los grandes hombres, ha impulsado la inclusión de sujetos históricos diversos y ha resquebrajado el consenso conservador dominante en la historiografía norteamericana. En declaraciones hechas en la Universidad Estatal de Kent en 1998, Staughton Lynd dijo que se basaba en la “historia oral desde abajo” a la hora de explicar que “la historia de los pobres y de los trabajadores es una fructífera historia de sueños, de divinidad inesperada y de muerte memorable”.

En su enfoque, estas tradiciones han tendido, como advierte Paul Gilroy, a ser volkisch, ya sea este afrocéntrico, anglocéntrico o basado en el excepcionalismo norteamericano. Se les ha terminado reprochando su querencia, en primer lugar, por la estrechez de miras y el aislamiento; en segundo lugar, por el olvido de las personas sin salario; y en tercer lugar, por privilegiar el protestantismo y desatender las luchas de los trabajadores católicos. En algunos casos, han tendido a encarnar las “historias de la clase media baja”, y a centrarse en los artesanos y los pequeños propietarios. Su esfera fue la de la producción, no la de la reproducción, lo cual suscitó el cuestionamiento del movimiento feminista y su demanda de una nueva historia. Aquí también recurrimos a la teología de la liberación, una aproximación vital y principalmente hispana a la historia y la política desde abajo.

Algunas de estas cuestiones fueron ya planteadas en nuestras obras previas, Between The Devil and the Deep Blue Sea [Entre el demonio y el profundo mar azul] (1987) y The London Hanged [Los colgados de Londres] (1991), cuya similitud se ve reflejada en el proverbio “el mar y la horca no rechazan a nadie”. El primero analizaba las luchas de los marineros y los trabajadores de los puertos, y ofrecía una alternativa a la historia del trabajo artesanal del siglo xix, desplazando la historia del proletariado a una fase anterior del capitalismo. El segundo se explayaba sobre la criminalización como necesario complemento a la salarización del trabajo. Ambos libros trataban sobre los desposeídos. Cruzamos el Atlántico en direcciones opuestas. Marcus estaba en Filadelfia, donde la historia social no significaba historia desde abajo sino ciencias sociales, así que cruzó en dirección este para refrescarse en la fuente de los historiadores radicales ingleses. Peter se sació del largo trago de la copa de la anglicidad y cruzó al oeste para buscar fundamentos en la Revolución negra. Nos conocimos y compartimos la decisión de estudiar y aprender de C. L. R. James. Descubrimos que nuestro trayecto común formaba parte de un patrón de largo recorrido histórico que discurría ida y vuelta entre EE. UU. e Inglaterra, pasando por el Caribe.

Comenzamos el libro en el periodo de 1979-1981, cuando Margaret Thatcher ya había empezado su ataque contra los trabajadores del acero y los mineros británicos, y Ronald Reagan contra los controladores aéreos estadounidenses. La persecución sindical estaba a la orden del día, a la vez que las políticas neoliberales de libre mercado se desataban por todo el planeta. Algunas luchas desde abajo planeaban en nuestras cabezas –en Brixton, Filadelfia, la prisión de Maze y Centroamérica– cuando organizamos una conferencia en la Universidad de Pensilvania a través del Philadelphia Center for Early American Studies: uno de los objetivos de El mundo trastornado. El ideario popular extremista de la Revolución inglesa del siglo XVII fue descubrir las continuidades y conexiones entre movimientos populares que habían sido artificialmente separadas por las historias nacionalistas.

En los siguientes veinte años, en los documentos históricos que estudiamos, encontramos una impresionante cifra y variedad de referencias a Hércules y la hidra de muchas cabezas, una variante del mito casi universal en que un semidios lucha contra un enemigo monstruoso, derrota al caos y crea el nomos, el orden social. Los gobernantes atlánticos, educados en los clásicos, usaron la metáfora de la pelea entre Hércules y la hidra para explicarse a sí mismos su sangriento proyecto histórico de construcción de una nueva economía capitalista. Nos preguntamos cómo operó esta metáfora en la primera modernidad atlántica y qué significado tuvieron las distintas cabezas de la hidra. ¿Cómo podíamos interpretarlas? ¿Representaban la cambiante división del trabajo? ¿Representaban a los productores de distintas mercancías? ¿A oficios con diferentes habilidades? ¿A los trabajadores de diferentes regiones? ¿O representaban a criaturas de diferente género, raza, etnicidad, procedencia geográfica o especie? La primera interpretación sugería una hidra economicista, más o menos paralela a la división social del trabajo entre distintos trabajadores. La segunda interpretación nos llevaba a una hidra biológica, una taxonomía de organismos diversos. La primera tenía un trasfondo de clase, la segunda de raza. Esta ambigüedad terminaría siendo útil.

Descubrimos que las cabezas de la hidra a menudo no compartían una conciencia de “clase”, desde luego no de clase “para sí”. Y si no tenían conciencia de clase, tampoco la tenían de raza, de género o de nación en ningún sentido avanzado. Las cabezas no siempre eran coherentes: se rugían entre sí con los ojos rojos de rabia, y a veces mordían. También hablaban, como hace la gente. Eran los salvajes hombres de las rimas de Irlanda, con su retranca y sus capas, que pulsaban la cuerda del arpa prohibida; el terco artesano de Londres con su pichel y su herramienta que cantaba una balada bajo el árbol de los ahorcados en Tyburn; el diestro cazador y marinero adolescente que temblaba con sus desconocidos compañeros en la “travesía intermedia” [middle passage], que preservaba y creaba ritmos familiares profundos y percusivos; la cara arrugada de la sabia curandera que entraba en trance con sus plañidos y canciones de cuna; los hombres y chicos que cantaban un himno de Jubileo transportados encadenados con el antiguo comunero de ojos centelleantes; el cimarrón jamaiquino en los arbustos y en el puente de mando que estudiaba a los ingleses y emitía señales con la caracola. Lentamente, lo que comenzó como una metáfora se convirtió en un concepto: la Hidra nos permitió considerar las historias cambiantes de tales personas, cada una en relación con la otra, y descubrir conexiones sorprendentes. El segundo trabajo de Hércules se convirtió en una manera de explorar la vasta lucha de clases.

Al analizar los debates de Putney, momento culminante de la Revolución inglesa, seguimos al coronel Thomas Rainsborough en su énfasis sobre la histórica conexión entre la subsistencia y la relativa autonomía de los comunes, por un lado, y la violencia y terror de la expropiación y el esclavismo, por otro. Estos temas encontraron resonancia y también discordancia entre nuestros lectores. Nos dedicamos a ambas cuestiones: Peter escribió sobre la larga lucha histórica sobre los comunes (El manifiesto de la Carta Magna, 2008),[3] Marcus sobre la larga lucha histórica de violencia y terror en el barco esclavista (Barco de esclavos, 2007)[4], ambos en relación con la formación del capitalismo moderno. En contra de la opinión de nuestros críticos, estamos convencidos de que estos temas gemelos son incluso más importantes de lo que fuimos capaces de mostrar cuando publicamos La hidra de la revolución en el año 2000.

Hasta ahora, este libro ha vivido una vida feliz. Aparte de que actualmente se preparan traducciones al francés, alemán, italiano, japonés, coreano, portugués y español, el libro ha tenido impacto en África, tanto entre investigadores como entre activistas, y en India, donde ha circulado una edición “pirata” en la Universidad Jawaharlal Nehru de Deli. El libro ha encontrado amigos en Australia, Brasil, Colombia y Costa Rica. Ha inspirado e influido en el campo del arte (The Deliverance and The Patience de Mike Nelson y Hydra Decapita del Otolith Group), la música (desde el folk a la electrónica y el punk), la ficción (Mar de amapolas de Amitav Ghosh, entre otras novelas) y el drama (Belize, de Paul Zimer y 1741 de John F. Levin). Anticipó y contribuyó al avance de una importante y novedosa tendencia en la investigación histórica de la última década: el desplazamiento de una historia nacional a una historia transnacional, oceánica y global. También ha representado un papel en distintos movimientos de base, desde la antiglobalización hasta la campaña contra la pena de muerte, pasando por la lucha por los bienes comunes y Occupy Wall Street. Lo artístico y lo político se han reunido en una exposición llamada Hydrarchy, que se exhibió en Londres en 2010 y en El Cairo en 2012.

El trabajador de Brecht termina su poema diciendo que la historia desde abajo cuenta “tantas historias” y plantea “tantas preguntas”. Nada nos hace más felices que saber que académicos y activistas, artistas y músicos, novelistas, poetas y dramaturgos están aportando las primeras y planteando las segundas. Inevitablemente, al hacerlo, encuentran resistencia desde arriba. Es cierto, no han quemado nuestro libro, si bien ha sido confiscado en una frontera internacional; en todo caso, estamos orgullosos de que ocupara un lugar, por breve tiempo, cerca de Wall Street, en la Biblioteca Popular de Zuccotti Park, antes de que el alcalde de Nueva York y sus esbirros la desmantelaran con camiones de basura y la tiraran al río. La hidra siempre ha sido una criatura acuática, y estamos seguros de que sus muchas cabezas se levantarán de nuevo.


[1]   De próxima aparición en Tinta Limón Ediciones. N. de E

[2]  C. L. R. James, Los jacobinos negros, Editorial Katakrak, Pamplona, 2022.

 [3]   Publicado en Madrid por Traficantes de Sueños en 2013.

[4]  Publicado en Madrid por Capitán Swing en 2023.

 

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