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Pedagogía de la interrupción

En el marco de la reedición de “Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones”, conversamos con la Licenciada en Ciencias de la Educación Silvia Duschatzky sobre la vigencia del libro a casi dos décadas de la investigación. También sobre las oportunidades y desafíos que se presentan para la escuela durante el aislamiento por la pandemia.

Fotografía: Carolina Nicora
Fotografía: Carolina Nicora

¿Qué significa esta reedición y qué vigencias notás en el libro?

Me costó un montón leerlo de nuevo. Primero por las circunstancias obvias de la pérdida de Cristina (Corea) y Nacho (Ignacio Lewcowicz). Cuando me puse a pensar la introducción nueva dije “¿cómo voy a hacer?” Hay un montón de cosas que no escribiría igual, una prosa que no repetiría. Pero cuando llegué al final, a la parte de las variaciones del estatuto de la investigación, encontré algo muy vigente. Hay enunciados que supimos elaborar muy amparados en ese momento por todo lo que Ignacio Lewcowicz traía en términos del declive de una forma de Estado (de hecho el título lo puso él con la rapidez y la sensibilidad extraordinaria que lo caracterizaban). Una cosa fundamental del libro es su espíritu, badado en el estado de investigación. El libro está todo el tiempo investigando lo que no sabe. Pensar desde el armado de alianzas e interlocutores, buscando materialidades muy vivas. Pensar imágenes y decir algo “que le haga algo a las cosas”, como dice (Henri) Meschonnic. Chicos en banda nos dice que seguimos en estado de investigación, que no hay otra manera de vivir y pensar. De verdad sabemos cada vez menos, pero eso no quiere decir que no podamos conquistar algunos saberes. Lo otro que tiene mucha fuerza es la imagen de la banda: no solo la marginalidad, sino ese modo de escapar de la desolación. La banda es un cuerpo sin órganos. No es el partido político, el sindicato, la escuela. La banda es un grupo de alianzas que se juntan para ver qué se arma en esa compañía.

¿Qué imágenes e ideas surgen en los espacios de intercambio con docentes en el marco de la pandemia?

Estamos trabajando la idea de una pedagagía de la interrupción, a diferencia de este énfasis en la continuidad pedagógica. A nosotros en principio nos parece bien el intento del Ministerio de Educación de tratar de asegurar una conectividad con todos los pibes, pero creemos que hay una diferencia entre el recurso conectivo y la fuerza vinculante. Un ejemplo: una maestra nos cuenta que entra a Zoom para dar clase y los pibes estaban todos en la cama. Uno le dijo: “Hoy tengamos clase pero desde acá”. La docente en principio se deconcertó y lo primero que le surgió fue “en la cama no se puede”. Entonces lo que trabajamos con ella fue la idea de derrames. En principio, ¿hay “clase”? Estamos en una pantalla, el docente está en el mismo cuadradito que los pibes, hay algo de la jerarquía que ofrecía el espacio físico y los dispositivos que daban al docente cierta seguridad (más allá del resquebrajamiento que se viene viviendo hace mucho). Los pibes podían bardear, pero ahí estaba el docente con todo el respaldo institucional que le otorgaba esa posición. Ahora es un cuadradito más entre otros cuadraditos. Y lo otro es que el docente se ve. Es la condena de mirarse todo el tiempo. Eso no pasa tanto en la vida, donde vemos más a los otros. Es un quiebre que no está siendo leído. El docente presencial tiene la ilusión de que puede ver al bardero. Eso ahora se le escapa, el pendejo si quiere se las toma, apaga la cámara. ¿De qué se trata entonces la presencia adulta ahí?

¿Cómo sería una forma de atender al derrame?

Pensar, por ejemplo, que hubiera pasado si la maestra tomaba lo de la cama. Si les decía a los pibes que cierren los ojos, que vean qué imagen se les viene en posición horizontal, en un minuto se levantan, escriben algo y lo compartimos. ¿Qué le pasó al pensamiento en la cama, sin ningún rostro que lo esté controlando? Hay literatura de insomnes, como el propio Onetti, que en sus últimos años decidió que nos e iba a mover de la cama. No se trata de repetir la anécdota: lo que queremos pensar es que hay cuestiones que se derraman, van más allá del formato de la continuidad y están cargadas de muchísima fuerza para gestar agenciamientos. Para que algo de la continuidad vital suceda, es necesario que no se conserven los formatos. Otra maestra nos contaba de un pibe que siempre le escribía: “Profe, no se olvide de mandarme la tarea”. Ella se entusiasmaba, pero el pibe después nunca mandaba la tarea. La maestra se pregunta si la está cargando. ¿No será que el gesto del pibe es asegurarse que hay un exterior a su familiarismo? ¿Qué hay algo que puede perforar el encierro? En esa solicitud del pibe quizás lo que hay es asegurarse que existe un afuera. Algo más que mis padres y estas cuatro paredes.

O puede ser la versión digital de “póngame el presente” aunque después no estoy.

Claro, porque acá lo interesante no es tratar de dar en la tecla con la estrategia exitosa. Mejor saber que vamos a fracasar y, como decía Beckett, aprender a fracasar cada vez mejor. Puedo hacer una tentativa y que después no resulte. No importa: leo que pasó y sigo probando. No pretender que lo que haga sea una estrategia para que resulte lo que yo quiero. En sintesis: una cosa es barajar lo que hay con lo que hay. Otra cosa es barajar lo que hay con lo que no hay para perforar el encierro y generar algo del contacto. Es decir: ¿qué somos capaces de hacer cuando el intruso se metió?

¿Hay predisposición para pensar en estas claves?

Es un momento crudo y palpable, una porosidad nueva. Es como estar ahogándote: querés salvarte, no hay tiempo de discursear. Pero esta situación también genera mayor disponibilidad para probar. Estamos viviendo la experiencia, por eso me molestan esos autores que concluyen con tanta seguridad. Entonces: hay algo muy concreto que es admitir que esta realidad nos ofrece un suelo pantanoso, donde la pregunta no es tanto preservar a la escuela como forma acabada, sino pensar formas de vinculación que permitan pensar estos tiempos. No es que haya que hablar de la pandemia todo el tiempo. Lo que no se puede es pensar como si esto no aconteciera en la sensibilidad, en los registros, en los ánimos, en las formas concretas en las que estamos viviendo. Los maestros están muy cansados, tienen un agobio enorme, hay una exigencia de hiperproductividad que no paró, que si esto se vivía antes de la pandemia, ahora muchísimo más. No podemos hacer de cuenta que acá no pasó nada.

¿Puede ser la posibilidad de una reinvención del rol escolar?

La pandemia nos pone de frente a un montón de cosas: en primer lugar, ante la caída del humanismo. Digo humanismo como modo de creer que es posible controlar a la vida a partir de un racionalismo o una superioridad del humano por encima de cualquier otra lógica de lo vivo. La bióloga Isabelle Stengers habla de la intrusión y aclara que no se trata de darle la espalda a la ciencia, pero sí pensar otra hermenéutica de lo vivo. La escuela puede pensarse y reinventarse a partir de dejar fragilizar esta especie de superioridad de un modo de existencia, de una finalidad, esta idea de la teleología que cruza tanto a la institución educativa. La escuela se pregunta para qué y hacia dónde, no con qué. Se pregunta qué es, trata de clasificarlo, si hay deficits repararlos y volver a la expectativa de reproducción de una determinado modo. Para nosotros las preguntas son otras, pretendemos ir al ritmo de la velocidad de las cosas. La pregunta es qué vemos, cómo tentar una posibilidad, tomar nota para ver cómo intentamos generar contacto. La cuestión no es si conseguimos algo, sino cómo crear condiciones para que haya un próximo paso, aunque no sepamos cuál es.

¿El Estado está dispuesto a romper su maquinaria?

Yo creo que no la va a romper. Hay algo que nosotros llamamos la lengua estatal. Puede venir del Estado, de las teorías, de las ideologías, de cualquier cosa que se erija en una fuerza trascendente. Desde ya que puede haber políticas públicas más equitativas, más permeables. No es lo mismo esta gestión que la anterior. No me parece que sea un momento para debilitar al gobierno que tenemos. Pero eso no quiere decir que nos tengan que ceder el permiso de pensar, entregar nuestra fuerza, nuestro pensamiento, nuestra inventiva al Estado, cualquier fuera. Es una lectura estratégica: qué exigimos, qué apoyamos, sabiendo desde una lectura global que el mal menor no es una pequeña cosa. Una vez dicho esto, no creo que se trate de demandar y reivindicar nada más. Hay cosas que la lengua estatal no va a pensar nunca, simplemente porque desde lejos no se ve. Hay dinámicas locales, existencias micro, sutilezas contraevidentes. Es ingenuo pedir al Estado que vea esas capas y además sería renunciar al poder de las inteligencias múltiples. Yo no quiero renunciar a eso, por mejor Estado que tenga. Del Estado quiero que agencie algunas cosas de lo común para también darme posibilidad de invertir la energía en pensar otras cosas. Hay un arte politizante que nunca vendrá de la política mayor.

¿Pensás en el regreso a las aulas?

No me entusiasma pensarlo. No es que quiera que esto siga así, desde ya que quiero abrazar, que los pibes se encuentren con sus amigos. Pero no me interesa pensar cómo volver, ese punto de vista nostálgico me resulta mortífero. Sí en todo caso con qué cuerpo vamos a estar ahí. Veamos si todo este tránsito produce alguna deriva o alteración. No tengo deseos sobre la escuela en sí. Me interesa como territorio donde confluyen montones de presencias, lo cual es una condición de base para que algo del mundo pueda ser pensado. Me interesa como usina de problemas en los que queremos estar. No digo que la escuela no importa como institución ni que todos tengan que pensar así. Claro que tiene que estar y ojalá que haya buenas condiciones salariales y edilicias. Pero en mi caso, deseo que la vida se pueda multiplicar y que encontremos núcleos vitales.

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