HOMENAJE

Paolo Virno: las muchas formas del adiós

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El filósofo y militante napolitano falleció el 7 de noviembre. Es uno de los grandes exponentes de la autonomía obrera italiana. Compilamos una serie de semblanzas de amigxs, colegas y editorxs como adelanto de una serie de materiales que iremos compartiendo por este medio.

Excavar el lenguaje: la enseñanza de Paolo Virno

Debemos excavar marxianamente en el lenguaje, pero en el lenguaje ya interno a los procesos productivos, el lenguaje puesto a trabajar tras la crisis del fordismo. Así nos decía Paolo, definiendo un programa de trabajo colectivo de largo aliento para construir las nuevas armas de la lucha de la multitud. Convención y materialismo es de 1986: es en ese libro donde, por primera vez, se habla de la computadora como “máquina lingüística”, la tecnología que ha determinado el giro lingüístico de los procesos de digitalización y valorización de la economía, del mundo, de la vida. Lo escribió en parte en la cárcel, en la celda en la que también se encontraban Toni Negri y Luciano Ferrari Bravo. Luciano me describió una vez el repiqueteo de la máquina de escribir de Paolo enfrascado en escribir sus textos: lento, con largas pausas entre una palabra y otra, como si Paolo acariciara cada letra, como si cada palabra fuera un cuerpo en devenir. Era como si estuviera escuchando esas palabras, descendiendo a lo más profundo de su verdad, de su carnalidad. A veces utilizaba palabras arcaicas, casi como para significar una historia iniciada mucho tiempo atrás, la historia de la lucha de clases. Para Paolo, el uso de las palabras era una gimnasia para el uso de la vida, una vida singular, personalizada, precedida por un yo colectivo, un social presocial, garantía de la existencia política “de los muchos en cuanto muchos”. El colectivo de la multitud contra el pueblo como reducción al uno, la fuga de la soberanía hacia la democracia no representativa. El posfacio a La individuación psíquica y colectiva de Gilbert Simondon [“Multitud y principio de individuación”] es magistral, lo leés y lo releés y cada vez te parece que volvés a empezar, que caminas con los otros, que te liberás con los muchos en cuanto muchos. Y cuántos son los textos que Paolo ha escrito para develar los poderes y los límites del lenguaje, del lenguaje como acción, ese “hacer cosas con palabras” de John Austin (basta con el título, decía) que ha permitido entrar armados en el tiempo de la lingüísticidad monetaria, de la ilusión de una fuga encriptada por el centro de los bancos: el problema no es el centro, el problema es la forma lingüística del dinero, su dominio sobre nuestras vidas, sobre nuestros deseos, sobre nuestros afectos.

Paolo ha sido un amigo, un hermano, un compañero, una espléndida persona. Nos ha tomado de la mano con discreción y potencia teórica, con elegancia y pasión política. Paolo, te hemos amado, te amaremos siempre.

Publicado originalmente en Effimera

Christian Marazzi

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Ayer murió Paolo Virno. Nunca olvidé cuando vino a Buenos Aires. Recuerdo: llegó con la idea de practicar su español, así que dio conferencias y entrevistas mejorando día a día; escuchaba a sus interlocutores con atención; gesticulaba y agitaba las manos dramáticamente (un día personificó el concepto de Katechón abriendo los brazos y oscureciendo su voz ante la mirada espantada del hijo de un compañero); su insistencia en la ambivalente de la multitud fue anticipatoria y nos acompañó desde entonces.

Cuando recibí la noticia me puse a revolver archivos. No hay muchas fotos porque era octubre de 2006 y los celulares no tenían cámara. Yo andaba con una cámara canon que todavía anda. Encontré este registro de una reunión en el bar El Banderín, el que más me gustó volver a ver: hay un cartel de prohibido fumar, un teléfono público a monedas, un grabador a cassette. La evidencia del tiempo es todavía más impresionante en las personas. No en Paolo que para mi siguió siendo siempre como lo conocí, sino en los que lo acompañabamos y todavía hoy nos seguimos viendo: Vero, Diego, el Ruso, Picotto (que también es Diego), Nati, Cambá, Mario, Seba, Emilio (que tradujo a Paolo hasta hoy mismo), Igna y Gonza.

No me atrevo a hacer públicas esas fotos tiernas pero impidosas. Solo me escracho a mi mismo para presumir que estuve con el maestro Katechón que nos avisó de los peligros que acechaban y siguió hasta hoy manteniendo unido lo disperso.

Andrés Bracony

Bar el Banderín. Buenos Aires 2006. Paolo Virno habla con las manos. Tal vez como gesto de toda su filosofía: un virtuosismo plagado de recovecos, de erudición y de pasión política. Un habla que no se desprende del cuerpo, un modo de poner a trabajar la palabra para hacerla combatir contra su productividad posfordista.
Paolo Virno deja una de las obras más ricas a la hora de tomarse en serio la ambivalencia de las multitudes y de anticipar el fascismo posmoderno. Es tan frondoso su trabajo que no se puede más que evocar la infinita constelación que construyó como un exceso: lo que se necesita para seguir peleando la palabra comunismo como la reinvención de lo común. Gracias Paolo.

Verónica Gago

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El sábado 8 por la mañana llegó la noticia de Italia del fallecimiento de Paolo Virno, a sus 73 años, del notable filósofo y activista obrerista. Para quienes lo conocimos personalmente podemos decir que fue un gran tipo, para lo que entraron en contacto con su pensamiento, habrán advertido que se trató de uno de los grandes pensadores comunistas (preso, justamente, por haber practicado una política a la izquierda del célebre PCI, tan idealizado por el progresismo/populismo argentino) de nuestro tiempo. Algunos de sus libros orientaron a una generación de militantes en Argentina. En particular, ese seminario exquisito y radical luego publicado con el título de Gramática de la multitud, publicado en 2001, en la colección Puñaladas dirigida por Horacio González. La fecha no puede pasar desapercibida, y de hecho, la noción de “multitud” ingresó en la gran discusión sobre cómo convenía llamar la experiencia de los “muchos” insurrectos que por esos días conmovían al país (y la región). Paolo insistía por entonces (y yo creo que tenía la razón, tanto entonces como ahora) en que hay una memoria y una capacidad de institución que tienen las diversas figuras del trabajo (el pueblo considerado desde su propia capacidad de rebelión al mando de la acumulación de capital, indisolublemente ligada a la forma estatal). No lo entendieron así quienes por izquierda interpretaron que lo nacional-popular debía aceptar el monocultivo y neoextractivismo como horizonte, haciendo de la noción del pueblo una renuncia a modificar la estructura de poder de clases en el país. Si hubiera que poner título a aquel debate pre-kirchnerista sobre el papel que debía jugar el Estado en la composición de un sujeto político bien podría ser “pueblo o multitud”.

Hubo de pasar aún cierto tiempo para que, con la edición de La ambivalencia de la multitud, se alcanzase a apreciar la especificidad que la noción de multitud tenía para Paolo (en polémica con la que Toni Negri y Michael Hardt exponían en su muy discutido manifiesto Imperio). En efecto, si para Virno la multitud expresa también la cualidad de los muchos como potentes productores de riqueza, su concepto no puede excluir la ambigüedad constitutiva que esos muchos poseen por el hecho de ser parte de la relación social capitalista. Paolo fue, como se sabe, un gran militante de la corriente autonomista (o post-obrerista) del marxismo italiano, que supo ser historietista, profesor universitario tardío y editor de revistas (como Luogo Común).

Si hubiera que poner título a aquel debate pre-kirchnerista sobre el papel que debía jugar el Estado en la composición de un sujeto político bien podría ser “pueblo o multitud”.

En su paso por Argentina, invitado por el Colectivo Situaciones a mediados de la primera década de este milenio, no pasó desapercibido: brindó una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letra y otra entre activistas de Florencio Varela –en el barrio Pico de Oro–, disertó en la Biblioteca Nacional y participó de talleres con activistas de los call centers (registrada en el libro Quién habla? Luchas contra la esclavitud del alma), dio una clase maravillosa en la Universidad experimental de Rosario y otra en Flacso, y conversó largamente en un taller comunitario en la Escuela Creciendo Juntos, de Paso del Rey, Moreno (publicada luego en el libro Un elefante en la escuela). De ese paso suyo queda un registro memorable en el libro de Sebastián Scolnik Nada que esperar. Historia de una amistad política. Entre sus muchos libros publicados en español hay algunos verdaderamente inolvidables, como Virtuosismo y revolución; Recuerdos del Presente; Ambivalencia de la Multitud o Cuando el verbo se hace carne (primer libro de Tinta Limón, en coedición con Cactus).

Su último trabajo importante, publicado en castellano fue Sobre la impotencia, última y magnífica reflexión sobre la autonomía como auto-institución de clase. Su tesis, simple, poderosa y erudita es que la potencia de la fuerza de trabajo es inédita, pero al día de hoy, sólo empleable por el capital. Y que solo la comuna, es decir, el gesto que se apropia de las reglas y rituales que se crean en y desde la praxis permitiría sobreponerse a la enorme y pesada impotencia que sufren los trabajadores ante a su propia incapacidad de hacer uso de esa potencia subyugada al mando capitalista.

Paolo fue un gran –un refinado– marxista, que buscó en Heidegger, en las neurociencias y en la lingüística las claves para comprender la inversión del “Intelecto General” (de la propia vida) en las mallas de las relaciones de explotación contemporáneas. Dos recuerdos se me imponen en el momento de enterarme de su partida: su prólogo a la edición argentina del fascinante Recuerdos del presente (firmada en 2003), dedicada a “un lector interesado tanto en la Historia de la eternidad de Borges como en el destino de los piqueteros” (ese “tanto” que sigue siendo tan incomprendido entre quienes consideran a Virno parte de las efímeras modas europeas y no del más sensible internacionalismo que cabe reconstituir) y el final de su conferencia en la Biblioteca Nacional donde terminó diciendo, con toda la tierna seriedad de que era capaz, que este siglo veremos el fin del dominio de la burguesía. Con pensadores así, sí que vale la pena trabajar.

Diego Sztulwark

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Se murió Paolo Virno. Un maestro. Mi pensador posoperaista favorito, por lejos.

Capo en el arte de ponerle título a sus libros (Gramática de la multitud, Sobre la impotencia, Cuando el verbo se hace carne, Recuerdos del presente, Palabras con palabras, La sustancia de lo que se espera, entre tantos otros), Virno fue un pensador materialista con la capacidad de poner a dialogar a Aristóteles, Kant, Marx, Tarde, Heidegger o Delezue en sentidos precisos y potentes. Un oxigenador, para quien tiempo, cuerpo, lenguaje y trabajo debían ser pensados en articulación.

Y fue también un pensador de la sospecha. Nada de idealizar sujetos sociales e imputarles un destino político maravilloso. Al contrario, quizá porque nació en la Italia del posfacismo, pensar la negatividad estuvo entre sus preocupaciones constantes. Un pensador de la alerta, del cuidado, de la prudencia. Y, por eso, de una política que es práctica constante de modulación de lo posible en términos de justicia, pero que sabe de su fragilidad.

Materialismo y fragilidad a la luz de una filosofía del devenir y del amor a la vida.

En 2006, cuando los compañeros del Colectivo Situaciones/Tinta Limón (en ese momento yo era un lector fascinado y compañero de algunas aventuras; no sabía que quince años después me sumaría al colectivo editorial) lo trajeron a Argentina para que presente su extraordinario “Ambivalencia de la multitud”, un libro más vigente ahora que incluso entonces, lo llevamos a Rosario, donde teníamos un colectivo llamado Universidad Experimental.

Le hicimos una entrevista a partir de preguntas que elaboramos entre todxs. Eran sobre su mirada del posfordismo, del general intellect, de la construcción política, de las tensiones entre lo uno y lo múltiple, de su (para nosotros un poco inesperado) elogio de ciertas obediencias. No hay registro porque en 2006 no era tan obvio que todo se grababa. Paolo respondió con precisión, tranquilidad y generosidad.

En la presentación debe haber habido unas cien personas. Había mucha alegría. Entonces no era tan habitual ver en persona a tus autores favoritos. A veces ni siquiera les conocías la cara.

Me acuerdo que luego fuimos a cenar. Fieles a la tradición local, lo llevamos a comer pescado junto al río. Yo me senté al lado. Paolo había estado ocho años preso y su rostro, de algún modo, lo expresaba. Tenía unas manos enormes, que restregaba entre sí.  No recuerdo de qué hablamos exactamente, pero sí que fue sobre el 2001 en Rosario, sobre sus lecturas y también sobre Toni Negri.

De pronto, llegaron unas papas fritas para picar.

Paolo dijo “me encantan las papas fritas”. En verdad, dijo “mi piacciono tanto le patatine”. Yo me quedé fascinado. El filósofo ponía en juego un gusto personal, común.

De Virno siempre me quedó esa imagen, de alguien con la capacidad inmensa para poner a dialogar todo lo que merezca ser pensando en pos del materialismo y una posibilidad de un comunismo que celebrara algo como le patatine.

Como escribió Marx en los Manuscritos, para Virno el comunismo que no era un simple cambio de propiedad económica sino que tenía que ser un acontecimiento también estético, un comunismo sensible. Esa inquietud, que está presente, puesta en el centro o leída en diagonal en toda su obra, es para mí el desafío político más interesante.

Ciao, Paolo. Somos muchos los que te recordamos y agradecemos.

Ezequiel Gatto

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El pensador del tiempo y la multitud

Nuestros amigos mayores se están yendo sin que siquiera podamos revisitar sus textos. Merecen una chance más.

La obra de Paolo Virno es inseparable de su biografía. Como militante de izquierda, formó parte de la intensa tradición de la autonomía operaria que tuvo su momento más destacado en torno al año 1977. Fue una generación que se forjó en las grandes conmociones políticas que sacudieron a Italia, entre huelgas, ocupaciones de fábricas y universidades, que marcaron el temperamento de nuevas formas de concebir la organización y el pensamiento político.

Su crítica a la izquierda tradicional y al partido comunista italiano, era el fruto de una reflexión madurada en las luchas que expresaban la nueva composición técnica y política del trabajo: las transformaciones en la producción a partir de la introducción del trabajo inmaterial como cualidad sensible de los procesos de valorización postfordista.

Fue un pensador sutil de los tonos afectivos de la multitud y sus cualidades políticas y productivas.

Virno pensó todos estos cambios sin sucumbir a una tentación progresista que abrazara con optimismo el devenir, ni bajo el sesgo de un conservadurismo que se blindara frente a las nuevas realidades. Fue un pensador sutil de los tonos afectivos de la multitud y sus cualidades políticas y productivas. En esa ambivalencia se cifran los bloqueos y las oportunidades. Creyó ver en el 2001 argentino muchas de las cosas que planteó en su obra: el rechazo al trabajo como forma de explotación de una capacidad sometida a la mensura del tiempo y la resistencia a las formas representativas de la soberanía estatal. Los cultores de la tradición se apuraron a refutarlo sin percibir que en esos grandes problemas colectivos habría una señal del mundo que vendría. Las respuestas insuficientes y conocidas frente a estos desafíos están en la base de la constitución perversa de las nuevas derechas.

Virno fue un pensador entre generaciones. Transitó épocas de efervescencias y mutaciones del paisaje social. Supo de insubordinaciones y contrarrevoluciones. Su mirada desgranaba cierta tristeza, tal vez, por las oportunidades perdidas. Pero no se trataba de una nostalgia que condenara el presente, sino que intentaba una conversación capaz de atravesar el tiempo para actualizar esos pasados cancelados componiéndolos, en una delicada urdimbre, con las resistencias por venir.

La marca de su lucidez crítica la encontramos en sus textos, los que hoy están disponibles en distintas ediciones, para futuras reinterpretaciones.

Sebastián “Ruso” Scolnik

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Paolo Virno: la revolución, alegre ambición

Paolo Virno ha sido un protagonista esencial de la izquierda revolucionaria italiana y también un editor inolvidable de este periódico.

A finales de los años ochenta, Paolo acababa de salir de una odisea judicial kafkiana, que pasó a la historia como “7 de abril”. Lo habían indagado y encarcelado con acusaciones ridículas, que no creían ni siquiera los magistrados, pero por la justa, aunque inconfesable, razón de ser un revolucionario comunista decidido a subvertir el estado actual de las cosas y convencido de que si vivimos es para caminar sobre las cabezas de los reyes. La desconfianza respecto de la magistratura democrática, que nunca se resquebrajó hasta el último día de su vida, nacía de la experiencia.

Paolo había llegado al Manifesto, en la sección de cultura, que entonces también incluía espectáculos. Pero él no quería, y nosotros tampoco, hacer una sección cultural como tantas otras, ni siquiera si era muy orientada políticamente. Aspirábamos a hacer un verdadero “contradiario”, capaz de fijarse en lo que la urgencia de la actualidad cotidiana empujaba a ignorar en las primeras páginas: ni las acrobacias del CAF, como se definía entonces al último directorio de la Primera República, Craxi, Andreotti, Forlani, ni tampoco los magníficos destinos de guerras de liberación muy lejanas en el espacio y quizás también en el tiempo histórico.

Más bien, las transformaciones radicales de las fuerzas productivas que entonces, a finales de los años ochenta, aún estaban en pañales. El surgimiento de un nuevo proletariado que utilizaba el intelecto y la inventiva en lugar del cuerpo obligado a la repetición infinita de la cadena de montaje. La paradoja de una sociedad del trabajo asalariado que el propio desarrollo de las fuerzas productivas había vuelto obsoleta y parasitaria, pero de la que se estaba saliendo manteniendo sus reglas, porque esto imponía la supervivencia del mando.

Era un reto ambicioso, que daría lugar al nacimiento de una revista, Luogo comune, pero que también se libraba en gran medida en las páginas de il manifesto. Quien quiera comprender mejor de qué se trata solo tiene que consultar la recopilación de artículos firmados por Paolo publicada hace dos años por DeriveApprodi, Negli anni del nostro scontento (En los años de nuestro descontento). Descubriría una capacidad única para rastrear las líneas esenciales del nuevo orden social construido en los años ochenta, pero también todo lo que podía y puede socavarlo, donde menos se pensaría buscar: en una película de éxito, en los sentimientos dominantes de una época, en el léxico minucioso de los “intelectuales”.

Esa ambición plenamente revolucionaria ha sido la cifra permanente de la acción política y de la reflexión filosófica de Paolo Virno. Anima, a veces abiertamente, otras como un espectro astuto capaz de disimularse para incidir más a fondo, los numerosos volúmenes que ha publicado. Todos, sin excepción, apuntan a la subversión del presente, incluso cuando se concentran en el chiste o en los límites del lenguaje.

En ningún momento Paolo bajó el listón, adaptándose a la triste misión de hacer un poco más justo el mundo. Sabía que sin una visión capaz de desquiciar todo el orden nunca se habría conseguido ni siquiera un salario un poco más alto. Siempre “fue por todo”.

En su reflexión la nostalgia no tiene espacio.

Durante la mayor parte de su vida, Paolo actuó en el contexto de una derrota de la cual era plenamente consciente, pero a la cual nunca se resignó. Había sido militante y dirigente de Potere Operaio, una organización más influyente de lo que sus dimensiones hoy dejan suponer, en una época casi prehistórica en la que la revolución parecía, y tal vez estaba, a la orden del día.

Pero en su reflexión la nostalgia no tiene espacio y consideraba el arsenal de ayer solo un estorbo, salvo en lo que respecta al método heredado de la escuela del obrerismo, pero revisado y readaptado hasta quedar a menudo irreconocible. Más bien, espiaba cualquier señal que indicara el surgimiento de nuevas subjetividades y nuevas visiones, tan distantes del arsenal del ayer que lo llevaban a sostener que hoy en día no se puede conciliar el ser comunista con la adhesión a la izquierda y a su tradición, más dañina que simplemente inútil.

Para muchos, en los tantos ámbitos políticos en los que se movió a lo largo de su vida, Paolo Virno ha sido un punto de referencia, un maestro del pensamiento crítico incisivo, un compañero y un amigo. Para algunos, como quien lo recuerda hoy en estas páginas, ya lo era desde los tiempos del secundario romano en el que estuvimos juntos y de Potere Operaio.

A quienes nunca lo conocieron, Paolo les deja textos valiosos, que seguirán siendo estudiados y, sobre todo, utilizados como armas contundentes en la lucha de clases moderna. Pero a ellos les faltará algo que ningún texto podrá reflejar jamás: la proverbial generosidad de Paolo, su despreocupación por el dinero rayana en la inconsciencia, su presencia inquebrantable en los momentos de necesidad, su ironía y su alegría. Todo eso, para quienes lo hemos conocido y amado, no se puede recuperar. Pero haberlo tenido como gran amigo ha sido un excepcional privilegio.

Andrea Colombo

Publicado originalmente en Il Manifesto

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Un pionero del éxodo dotado de óptima puntería

Cuanto más largas e intensas son las historias y entrelazadas las experiencias, las sensibilidades, las idiosincrasias; cuanto más numerosos son los intercambios, los riesgos y los recuerdos compartidos, menos se sabe por dónde empezar.

¿Por qué no hacerlo, entonces, desde una pequeña columna que acompañaba reflexiones más laboriosas en la revista Luogo comune que, a comienzos de los años noventa, había reunido en torno a un núcleo temático esencialmente elaborado por Paolo a un grupo de compañeros, viejos y nuevos amigos, intelectuales y militantes, interesados en medirse con todo lo que había cambiado en la década recién transcurrida de los años ochenta?

Esa columna se llamaba “Citas frente al enemigo”, en referencia a la recurrente secuencia del Western (también retomada por Quentin Tarantino) en la cual el pistolero, antes de disparar, recita un versículo de la Biblia. Pues bien, los artículos de Paolo, sus ensayos breves (y no solo aquellos con una finalidad política más directa) constituyen un extraordinario catálogo de “citas frente al enemigo”, extraídas y reelaboradas de un estudio amplio y riguroso, y agudizadas por una gran pasión política y una óptima puntería.

El trabajo de Paolo nunca careció de un blanco, a pesar de que en cierto punto de su vida sintió la necesidad de separar netamente la militancia política de la investigación filosófica. No para negar su imprescindible conexión y su necesidad recíproca en un mundo, el de las mercancías inmateriales, en el cual sin metafísica la vida concreta habría permanecido inescrutable; más bien, para sugerir rigor y concentración de energías.

Dos tareas tan decisivas como la investigación y la lucha, pensaba Paolo, no podían llevarse a cabo a medias, con aproximaciones, salvo en momentos de excepcional precipitación y condensación de los acontecimientos históricos. Todavía hoy no sé si tenía toda la razón.

A muchos de nosotros, habituados a vivir precisamente en esa zona gris en la que se mezclan los tiempos largos de la reflexión y de la investigación con la urgencia de la acción política, esa decisión nos dejó desconcertados. Pero pese a que el instrumental filosófico de Paolo se volvía más indirecto y refinado, sin renunciar nunca, sin embargo, a un esfuerzo ejemplar de claridad, la radicalidad de su pensamiento seguía alimentando la cultura y la inventiva de los movimientos. E, inevitablemente, en la lectura de los acontecimientos y de los cambios de clima, siempre volvimos a medirnos con alguna de sus enseñanzas filosóficas, o con alguna fulgurante “cita frente al enemigo”.

Incluso ahora, que ya no podremos escucharlo jocoso y muy serio, muy serio precisamente porque jocoso, entendiéndonos al vuelo en la mesa de un bar.

Solo en los últimos años, tras dejar la docencia, Paolo había manifestado el interés por retomar una relación más directa con la batalla política. Hablábamos de ello a menudo, pero no conseguimos encontrar un camino a la altura de la radicalidad a la que aspiraba.

Si la palabra “compañero” tiene un sentido, no espantosamente usurpado o perezosamente rutinario, para mí es el que Paolo sabía darle, un significado de amistad y afecto, esperanzas y entusiasmos compartidos, inteligencia colectiva y libertad individual. Palabra muy seria y al mismo tiempo jocosa con la que decidió despedirnos a Andrea Colombo y a mí una vez más el pasado jueves por la mañana.

Una palabra que ciertamente no certifica la pertenencia a eso llamado izquierda, sino el distanciamiento, el éxodo de una tierra marchitada y hostil.

Una vez más, un recuerdo y una cita irónica pueden venir en nuestra ayuda.

Imitando a los exponentes del PSI [Partido Socialista Italiano] que en los años sesenta amaban definirse como “de izquierda no marxista”, Paolo había acuñado para sí y para el pequeño grupo de Luogo comune la definición de “marxistas no de izquierda”. Con este epíteto se entendía el uso y la renovación de un instrumental crítico no diluido por las culturas del compromiso, ni infectado por las fascinaciones populistas. Un pensamiento firmemente anclado en la tradición materialista, pero a la espera de ser sacado de su condición de indigencia teórica.

Para esa tarea, Paolo había elegido el camino, no precisamente fácil, de la filosofía del lenguaje. Un camino que exigía una dedicación a tiempo completo. Sin embargo, incluso en sus trabajos más estrictamente filosóficos no es raro encontrarse con sus blancos políticos de siempre (el Estado, el pueblo, el trabajo asalariado), así como con sus cáusticas “citas frente al enemigo”.

Confieso que no soy capaz de expresar cuánto voy a echar de menos un afecto tan largo e importante, nacido en las aulas de un secundario romano hace 56 años, la interrupción siempre brusca, si bien no imprevista, de una relación de cercanía con la que siempre podía contar. Me encomiendo, entonces, a una última cita cinematográfica querida por Paolo y que a menudo nos hemos dicho uno al otro. Querido amigo, “¿qué querés que te diga?” [che te lo dico a fa’?].

Marco Bascetta

Publicado originalmente en Il Manifesto

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Más allá del capital, el partido está abierto

¿Qué sucede si el curso de la historia se retuerce sobre sí mismo? ¿Si las condiciones de posibilidad de la historia –el lenguaje, la praxis, la naturaleza– dejan de ser, un día, un simple telón de fondo remoto e inmutable, y se convierten, en cambio, en la materia viva de los acontecimientos, en el blanco de las fuerzas históricas en conflicto y en lo que está en juego en la contienda?

Creo que esta fue, a partir de los años setenta, la pregunta que guió el trabajo especulativo y político de Paolo Virno. De esta pregunta nació el impulso de ampliar en sentido antropológico conceptos políticos como fuerza de trabajo o multitud. Mientras que, sobre la misma base, nociones de alcance antropológico como “facultad del lenguaje” o “acción innovadora” revelaban un índice político insospechado.

Todo comienza, en definitiva, con la intuición expresada en unas pocas líneas del ensayo sobre El recuerdo del presente: “Si acordamos llamar ‘metahistóricas’ a las condiciones que garantizan la historicidad de cualquier acontecimiento, podríamos decir: el capitalismo historiciza la metahistoria, la incluye en el ámbito prosaico de los acontecimientos, se apropia de ella”.

Lo que ha conferido al capitalismo la inquietante propensión a plegar la historia sobre sí misma ha sido, desde el principio, la decisión crucial de transformar en mercancía no al trabajo como tal –como acto efectivamente realizado–, sino a su pura potencia, vale decir, la fuerza de trabajo como capacidad humana genérica de producir, crear y dar forma al mundo.

En el mundo moderno, esta potencia, inseparable de la naturaleza humana, se compra y se vende incluso antes de transformarse en acto. Por lo tanto, lo que ha enriquecido al capital nunca ha sido solo la propiedad de los frutos del trabajo, sino, ante todo, la pretensión de decidir, ya de antemano, si y cuáles de las potencialidades humanas podrían realmente realizarse.

Latente desde el principio, una pretensión tan despótica permaneció oculta durante mucho tiempo –tanto para los apologistas del mercado como para los románticos del socialismo–, desde el momento en que el sistema productivo, en la práctica, solo era capaz de explotar una ínfima fracción de la fuerza de trabajo. Recién en las últimas décadas, en la medida en que se impuso lo que en su momento se denominó “posfordismo”, la naturaleza profunda del capitalismo moderno salió a la superficie, revelando de golpe su fuerza y su destructividad.

Las respuestas de Virno nunca ha hecho concesiones al pesimismo fácil de nuestros tiempos.

Gracias al progreso tecnológico, el trabajo asalariado se ha vuelto algo marginal en la reproducción de la sociedad: un “miserable residuo” del cual, en teoría, podríamos prescindir, tal y como preconizaba Marx en su “Fragmento sobre las máquinas”. Pero, al contrario de lo que Marx dejaba entrever, el dominio del capital no se ha debilitado en absoluto. Al contrario, se ha intensificado hasta abarcar la vida entera: las biotecnologías le permiten ahora alimentarse de las más recónditas potencialidades de la naturaleza; las plataformas digitales ponen a su disposición incluso las aptitudes comunicativas más inocentes; las finanzas le permiten apostar no solo por la producción, sino incluso por los fracasos del mercado, por las burbujas y los colapsos que, destruyendo la riqueza de muchos, engrandecen la de unos pocos.

El exceso de posibilidades se convierte así en impotencia, hasta el punto de hacer relumbrar la amenaza del fin de la historia.

Volvemos así a la pregunta inicial: ¿qué puede suceder cuando el juego de la historia ha llegado al punto de poner en juego la posibilidad de la historia y la existencia misma del animal humano? Puede sorprender, en una época de catastrofismos baratos, pero la respuesta de Paolo Virno nunca ha hecho concesiones al pesimismo fácil de nuestros tiempos.

Fiel hasta el final a la idea marxiana de que el ocaso del capitalismo debe ser considerado el comienzo, y no el final, de la historia humana, su investigación logró iluminar el rastro de esta otra historia no solo en las dimensiones más elevadas de la experiencia humana, sino sobre todo en las más genéricas y ordinarias: en la práctica cotidiana del lenguaje, en la acción concertada, en el chiste o en la amistad sin familiaridad que une toda comunidad de iguales.

A su manera, todas estas experiencias se basan en la interconexión entre historia y metahistoria, pero la orientan en dirección opuesta a la catástrofe hacia la cual nos empuja la lógica del capital. En resumen, el partido está abierto y, a lo ojos de Virno, entre las dos opciones no existen compromisos ni mediaciones posibles.

De ahí su intransigencia respecto de una “izquierda” considerada nostálgica e inconsistente. De ahí el vínculo, reivindicado hasta el final, con los movimientos revolucionarios de los años setenta que, de forma quizás confusa y desprevenida, habían intuido sin embargo que lo que estaba en juego en la contienda política no era otra cosa que la dignidad del ser humano en el sentido más propio del término.

Cualquiera que haya tenido el privilegio de estar a su lado, sabe que Paolo Virno ha sabido demostrar esta dignidad en cada etapa de su vida: desde la militancia hasta la cárcel, desde el compromiso filosófico hasta el enfrentamiento deliberadamente distraído con la enfermedad que lo llevó a la muerte. Una coherencia totalmente natural, no buscada y quizás ni siquiera consciente, que es el signo inequívoco del verdadero maestro.

Massimo De Carolis

Publicado originalmente en Il Manifesto

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