Ensayo de ocho tesis
1. La acumulación de deuda es índice de la pérdida de poder colectivo de lxs trabajadorxs, remuneradxs y no remuneradxs, y de la definición colectiva de quienes producen la riqueza social. De allí su funcionamiento como dispositivo de pacificación. Pero esa pacificación se realiza activando una potencia de hacer que la deuda explota.
Cuando la deuda se convierte en obligatoria y compulsiva –la deuda para vivir que produce terror financiero gracias a las políticas continuadas de austeridad– deviene instancia de anudamiento de despojo y explotación.
La deuda, en relación a la especificidad que aquí estamos pensando, sujeta y activa a una fuerza de trabajo que no está confinada al salario (no hay sujeto de contrato laboral), trazando vínculos estrechos con el trabajo no remunerado, racializado, subalternizado. Esto inaugura dinámicas de lo que hemos llamado “extractivismo financiero”. La explotación de la potencia de hacer del trabajo (remunerado y no remunerado) encuentra en la deuda un dispositivo versátil, que interpela a lxs endeudadxs afirmativamente, reconociendo sus capacidades emprendedoras.
2. A partir de ahí, la deuda entrena en la precariedad, infiltrándose en la reproducción de la vida cotidiana.
Hablamos de un “entrenamiento” en la precariedad cuando se produce un acostumbramiento pero también toda una inventiva cotidiana a resolver la falta de ingresos por inflación y a vivir según una economía del endeudamiento. De modo tal que la precariedad se vive, se transita y, a la vez, excita formas resolutivas que encuentran en las herramientas financieras funciones clave. Entrenamiento también quiere decir, para nosotras, el cultivo de hábitos modulados por las billeteras virtuales. Es decir: las herramientas de las FinTech amortizan la violencia de la moneda, devaluada y escasa, a la vez que canalizan tiempo y energía en su gestión permanente. Al punto que devienen, insistimos, hábito y orientación. Así es como intervienen en la definición de posibles vinculados a esa repetición de hábitos y a la moldura de los futuros.
3. La deuda obliga a un trabajo financiero no pago permanente.
Esto implica una gestión no remunerada de deudas y, también, formas de micro especulación financiera cotidiana de mínima escala. Hay una doble dimensión del trabajo financiero no pago: gestionar los pocos y devaluados ingresos y las deudas que implica a través de plataformas y aprovechar pequeñas posibilidades “especulativas”. El impacto en términos de uso del tiempo y de afectación en salud mental (debido al stress, preocupación, angustia) son elementos centrales. Es fundamental reconocer, entonces, cómo la crisis normalizada agrega una dimensión financiera no remunerada al trabajo de reproducción social. También introduce, en el plano de la reproducción de la fuerza de trabajo, una subjetividad especulativa con efectos inmediatos: un “entrenamiento” en la precariedad que se resuelve financieramente.
4. La deuda interpela una capacidad de hacer que se contrapone a la victimización.
La deuda, como dispositivo neoliberal, apela, excita y activa una capacidad de hacer, al mismo tiempo que la confina en los marcos del individualismo propietario. Este punto es fundamental para entender qué es lo que hace tan efectiva la interpelación a la “libertad” de la ultraderecha a través del entrenamiento ya existente en el emprendedorismo a base de deuda. Esto lleva a otro punto clave: cómo resultan cada vez más insuficientes los discursos políticos que convocan, a través de la noción de derechos, a partir de reducir a sus potenciales electores como “poblaciones asistidas” o “vulnerables” –o bien a partir de la promesa de un Estado salvador que todo lo resuelve– que parece poner en primer plano la incapacidad de aquellxs a quienes se asiste.
La estabilización de formas de empresarialidad popular y pluriempleo junto a la proliferación de dispositivos financieros que permiten resolver el día a día en condiciones de extrema precariedad, configuran una subjetividad que se aleja de la victimización y es parte de lo que hemos denominado “neoliberalismo desde abajo”. La relación con el futuro deviene aquí también una clave en esa excitación de hacer, anti-victimizante, capaz de evadir la apelación “parasitaria” (Feher, 2021) con que se cataloga a quienes reciben programas sociales o son beneficiarixs de políticas públicas.
5. La deuda individualiza los costes de la austeridad intensificando la división clasista, sexista y racista.
La deuda es a la vez un dispositivo impersonal y ultra individualizado. Como ya se ha estudiado, la deuda individualiza a través de la culpa y la responsabilidad (Nietzsche, [1887] 2019); Lazzarato 2013, 2015). Pero ese modo de invidualización es también, desde una lectura feminista, un modo de borramiento de la cooperación social reforzando sus divisiones de género, raza y clase. Al recortar al individuo, lo produce como acreedor-emprendedor a la vez que simula el fin de la explotación mientras la activa en términos de emprendedurismo individual. Esta modalidad de producir individuo a través de la deuda es una dinámica clave en la producción de “libertad” que el autoritarismo neoliberal traducirá, movilizará y utilizará como libertad financiera. La austeridad, entonces, recaerá sobre los individuos que deben traducirla como incentivo en su productividad y responsabilidad.
6. La deuda para resolver la reproducción social ratifica los contornos del hogar heterosexual y la división sexual y racista del trabajo.
La deuda no es abstracta, actúa sobre cuerpos generizados y racializados. La deuda se aterriza, se ensambla y se articula con la división sexual y racial del trabajo. Esto se evidencia de múltiples maneras que hemos venido destacando: el mayor endeudamiento está en los hogares donde existe más trabajo no remunerado; allí radica el endeudamiento más informal y con mayores niveles de exposición a la violencia frente al no pago; funciona la tasa de interés como índice explícito de racismo y sexismo dada la producción de poblaciones “riesgosas” contra toda evidencia empírica. La deuda explota y ratifica mandatos de género, se articula con ellos, en el caso de quienes sostienen las economías domésticas, son también quienes toman deuda como un recurso para sostener el hogar en contexto de crisis. La deuda se dirige a capturar, explotar y negar la condición de interdependencia que las mujeres, lesbianas, trans, no binaries han traducido en tecnologías vinculares que van más allá de los contornos de la familia heterosexual.
7. La pandemia fue la ocasión para expandir la llamada “inclusión financiera”. Esto aceleró la digitalización como medio de acceso a subsidios de emergencia y la extracción de datos. La información producida se utilizó luego para controlar y penalizar “movimientos financieros” relativos a determinados consumos para ciertos sectores.
Es necesario problematizar la situación de un Estado que aparece acoplando inclusión financiera –en un momento de emergencia– a programas sociales y luego utiliza la información de esas cuentas como manera de penalizar movimientos financieros de los sectores más empobrecidos. El acceso a subsidios finalmente condiciona a las personas usuarias a determinados patrones de conducta y de consumo. La penalización a la que nos referimos no sólo es selectiva, sino que culpabiliza los “movimientos financieros” que se realizan para la subsistencia después de que tales herramientas –como las billeteras virtuales– fueron impulsadas bajo la idea de inclusión financiera. Esto revela que la digitalización es una herramienta fundamental para el control de los consumos a favor de la penalización que señalamos. Y tales consumos, penalizados por ser dolarizados, recargan la moralización cuando se trata de sectores empobrecidos y feminizados.
8. La estabilización de la deuda en la gestión de la vida cotidiana opera pasajes que van de la dinamización del consumo al aguante frente a la precariedad, para finalmente buscar introyectar la austeridad. La deuda, además, tiene un funcionamiento específico en un contexto de inflación y desregulación.
El lenguaje de la austeridad con el que hizo campaña el gobierno “anarcocapitalista” ha devenido lengua popular y creencia sacrificial bajo el monitoreo constante del FMI. Así, la deuda en los hogares se ha convertido en un modo paradojal de “resistir” y atravesar la precariedad por medio de un dispositivo financiero. La deuda cumple funciones específicas en secuencias temporales determinadas. La posibilidad de aplazar temporalmente los efectos del ajuste estructural han configurado una capacidad de privatizar en cada casa los impactos de la austeridad.
Hoy la deuda es un acelerador de la economía digital y de plataformas. Gilles Deleuze (1995) animalizó la moneda para pensar el pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Dijo que “el viejo topo monetario es el animal de los centros de encierro, mientras que la serpiente monetaria es el de las sociedades de control”. ¿Qué podemos decir de la billetera virtual, del crédito a golpe de algoritmo y la deuda como moneda popular? ¿Qué tipo de animal estaría a su altura, a su modo de moverse? El buitre, sin duda.