“Por grande que sea una nación, si ama la guerra perecerá; por pacífico que sea el mundo, si olvida la guerra estará en peligro”.
“Wu Zi”, antiguo tratado militar chino
“Cuando decimos sistema de guerra nos referimos a un sistema como el vigente que asume la guerra, aunque sólo sea planeada y no combatida, como fundamento y vértice del orden político, es decir, de la relación entre los pueblos y entre los hombres. Un sistema en el que la guerra no es un acontecimiento sino una institución, no una crisis sino una función, no una ruptura sino una piedra angular del sistema, una guerra siempre obsoleta y exorcizada, pero nunca abandonada como posibilidad real”.
Claudio Napoleoni, 1986
El advenimiento de Trump es apocalíptico, en el sentido literal del término: sacar lo que cubre, quitar el velo, develar. Su convulsa agitación tiene el gran mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre guerra, política y beneficio, entre capital y Estado habitualmente cubierta por la democracia, por los derechos humanos, por los valores y la misión de la civilización occidental.
La misma hipocresía está en el corazón de la narrativa construida para legitimar los 840.000 millones de euros para el rearme que la Unión Europea le impone mediante el estado de excepción a los Estados miembros. Armarse no significa, como dice Draghi, defender “los valores que han fundado nuestra sociedad europea” y han “garantizado durante décadas a sus ciudadanos la paz, la solidaridad y, con el aliado estadounidense, la seguridad, la soberanía y la independencia”, sino salvar el capitalismo financiero.
Ni siquiera hacen falta grandes discursos ni documentados análisis para desenmascarar la pobreza de estas narrativas, bastó otra masacre de 400 civiles palestinos para sacar a la luz la verdad del indecente parloteo sobre la unicidad y la supremacía moral y cultural de Occidente.
Trump no es un pacifista, se limita a reconocer la derrota estratégica de la OTAN en la guerra de Ucrania, mientras las élites europeas rechazan la evidencia. La paz para ellos significaría volver al estado catastrófico al que han reducido a sus naciones. La guerra debe continuar porque para ellos, como para los demócratas y el deep state estadounidense, es el modo de salir de la crisis iniciada en 2008, como ya ocurrió con la gran crisis de 1929.
Trump piensa resolver la cuestión privilegiando la economía sin renegar de la violencia, del chantaje, de la intimidación, de la guerra. Es muy probable que ni el uno ni los otros tengan éxito en el intento porque tienen un enorme problema: el capitalismo, en su forma financiera, está en profunda crisis y precisamente desde su centro, Estados Unidos, llegan señales “dramáticas” para las élites que nos gobiernan. En lugar de converger hacia Estados Unidos, los capitales huyen hacia Europa. Gran novedad, síntoma de rupturas imprevisibles que corren el riesgo de ser catastróficas.
El capital financiero no produce mercancías, sino burbujas que se inflan todas en Estados Unidos y estallan en detrimento del resto del mundo, demostrando ser armas de destrucción masiva. La finanza estadounidense captura valor (capitales) de todo el mundo, lo invierte en una burbuja, que tarde o temprano estallará, obligando a los pueblos del planeta a la austeridad, al sacrificio para pagar sus fracasos: primero fue la burbuja de internet, luego la burbuja de las subprimes que provocó una de las mayores crisis financieras de la historia del capitalismo, abriendo la puerta a la guerra. Intentaron, incluso, la burbuja del capitalismo green que nunca despegó y, por último, la burbuja incomparablemente mayor de las empresas high tech.
El capital financiero no produce mercancías, sino burbujas que se inflan todas en Estados Unidos y estallan en detrimento del resto del mundo.
Para tapar los agujeros de los desastres de la deuda privada descargada sobre la deuda pública, la Reserva Federal y la banca europea inundaron los mercados de liquidez que en lugar de “derramar” en la economía real, sirvió para alimentar la burbuja de las high tech y el desarrollo de los fondos de inversión conocidos como los Big Three, Vanguard, BlackRock y State Street (el más grande monopolio de la historia del capitalismo, gestiona 50 billones de dólares, accionista mayoritario de todas las empresas cotizadas más importantes). Ahora incluso esta burbuja se está desinflando.
Si dividimos por dos toda la capitalización de la lista de la Bolsa de Wall Street, todavía estamos muy lejos del valor real de las empresas high tech, cuyas acciones han sido infladas por los propios fondos para mantener altos los dividendos para sus “ahorristas” (los demócratas contaban incluso con sustituir el welfare por las finanzas para todos, como antes habían delirado con la vivienda para todos los estadounidenses).
Ahora la diversión llega a su fin. La burbuja ha llegado a su límite y los valores caen con riesgo real de un colapso. Si a esto añadimos la incertidumbre que las políticas de Trump –representante de unas finanzas que no son las de los fondos de inversión– introducen en un sistema que estos habían conseguido estabilizar con la ayuda de los demócratas, comprendemos el temor de los “mercados”. El capitalismo occidental necesita otra burbuja porque no conoce sino la reproducción de lo mismo de siempre (el intento trumpiano de reconstruir la industria manufacturera en Estados Unidos está destinado a un fracaso seguro).
La identidad perfecta de “producción” y destrucción
Europa, que ya gasta hoy más del 60% que Rusia en armamento (la OTAN representa el 55% del gasto militar mundial, Rusia el 5%), decidió un importante plan de inversión de 800.000 millones de euros para seguir aumentando el gasto militar.
La guerra y la Europa en la que siguen activas las redes políticas y económicas –centros de poder que remiten a la estrategia representada por Biden, derrotada en las últimas elecciones presidenciales– son la ocasión para construir una burbuja basada en el armamento para compensar las crecientes dificultades de los “mercados” estadounidenses.
Desde diciembre, las acciones de las empresas armamentísticas son objeto de especulación, yendo de subida en subida y sirviendo de refugio seguro para los capitales que ven la situación estadounidense demasiado riesgosa. En el centro de la operación están los fondos de inversión, que también figuran entre los principales accionistas de las grandes empresas armamentísticas. Poseen participaciones significativas en Boeing, Lockheed Martin y RTX, influyendo en la gestión y las estrategias de estas empresas.
También en Europa están presentes en el complejo militar-industrial: Rheinmetall, empresa alemana que fabrica los carros Leopard y que ha visto subir el precio de sus acciones un 100% en los últimos meses, tiene como principales accionistas a Blackrock, Société Générale, Vanguard, etc. Rheinmetall, el mayor fabricante de municiones de Europa, ha superado en capitalización al mayor fabricante de automóviles del continente, Volkswagen, la última señal del creciente apetito de los inversores por los valores ligados a la defensa.
La Unión Europea quiere recoger y canalizar el ahorro continental hacia el armamento con consecuencias catastróficas para el proletariado y una mayor división de la Unión. La carrera armamentística no podrá funcionar como “keynesianismo de guerra” porque la inversión en armamento interviene en una economía financierizada y ya no industrial. Construida con dinero público beneficiará a una pequeña minoría de particulares, mientras empeora las condiciones de la inmensa mayoría de la población.
La burbuja armamentística sólo puede producir los mismos efectos que la burbuja de las empresas high tech estadounidenses. Después de 2008, las sumas de dinero captadas para la inversión en la burbuja high tech nunca han “derramado” hacia el proletariado estadounidense. Por el contrario, han producido una desindustrialización cada vez mayor, empleos precarios y poco calificados, salarios bajos, pobreza rampante, la destrucción del escaso Welfare heredado del New Deal y la posterior privatización de todos los servicios. Esto es lo que sin duda producirá en Europa la burbuja financiera europea.
La financierización conducirá no sólo a la destrucción completa del Estado del Bienestar y a la privatización a ultranza de los servicios, sino a una mayor fragmentación política de lo que queda de la Unión Europea. Las deudas, contraídas por cada Estado por separado, tendrán que ser reembolsadas y habrá enormes diferencias entre los Estados europeos en cuanto a su capacidad para honrar las deudas contraídas.
El verdadero peligro no son los rusos, sino los alemanes con su rearme de 500.000 millones de euros y otros 500.000 millones para infraestructuras, financiación decisiva en la construcción de la burbuja.
La última vez que se armaron combinaron desastres mundiales (25 millones de muertos sólo en la Rusia soviética, la solución final, etc.), de donde surgió la famosa declaración de François Mauriac: “Me gusta tanto Alemania que me alegro de que haya dos”. A la espera de los desarrollos ulteriores del nacionalismo y de la extrema derecha ya al 21 por ciento, que inevitablemente producirá “Deutschland ist zurück” [Alemania está de vuelta], Alemania impondrá su habitual hegemonía imperialista a los demás países europeos.
Los alemanes han abandonado rápidamente el credo ordoliberal que no tenía ninguna base económica, sólo política, y abrazan a ultranza la financierización angloamericana, con el mismo objetivo, dominar y explotar Europa.
El Financial Times habla de una decisión tomada por Friedrich Merz, el hombre de Blackrock, y Jörg Kukies, el ministro del Tesoro, hombre de Goldman Sachs, con el aval de los partidos de “izquierda” SPD y Die Linke, que, como sus predecesores en 1914, asumen una vez más la responsabilidad de la futura carnicería.
De esto, que por el momento sigue siendo un proyecto, sólo el financiamiento alemán parece tener cierta credibilidad, en cuanto a los demás Estados, veremos quién tendrá el coraje de recortar las pensiones, la salud, la educación, etc. de forma aún más radical, por una amenaza inventada. Alemania es el único país europeo que puede realizar la conversión de la industria civil a la militar. Su hegemonía sobre Europa ya no será sólo económica.
Si el anterior imperialismo interior alemán se fundaba en la austeridad, el mercantilismo de exportación, el congelamiento salarial y la destrucción del Estado del Bienestar, éste estará fundado en la gestión de una economía de guerra europea jerarquizada en las diferenciales tasas de interés a pagar para reembolsar la deuda contraída.
Los países ya muy endeudados (Italia, Francia, etc.) tendrán que encontrar quién compre sus bonos emitidos para pagar su deuda, en un “mercado” europeo cada vez más competitivo. A los inversionistas les convendrá más comprar bonos alemanes, bonos emitidos por empresas armamentísticas sobre los que jugará la especulación al alza, y títulos de deuda pública europea, sin duda más seguros y rentables que los bonos de los países sobreendeudados.
El famoso spread (“diferencial”) seguirá desempeñando su papel como en 2011. Los miles de millones necesarios para pagar a los mercados no estarán disponibles para el Estado del Bienestar. El objetivo estratégico de todos los gobiernos y oligarquías desde hace cincuenta años, la destrucción de los gastos sociales para la reproducción del proletariado y su privatización, será alcanzado.
Sólo los ingenuos pueden asombrarse de lo que está ocurriendo. Todo se repite, sólo que dentro de un capitalismo financiero y ya no industrial como en el siglo XX.
Veintisiete egoísmos nacionales lucharán entre sí sin nada en juego, porque la historia, que “somos los únicos que sabemos lo que es”, nos ha arrinconado, inútiles e irrelevantes tras siglos de colonialismo, guerras y genocidios.
La carrera armamentística va acompañada de una machacona justificación de “estamos en guerra” contra todo el mundo (Rusia, China, Corea del Norte, Irán, BRICS) que no puede abandonarse y que corre el riesgo de llegar a buen puerto porque esta delirante cantidad de armas aún debe “consumirse”.
La lección de Rosa Luxemburgo, Kalecki, Baran y Sweezy
Sólo los ingenuos pueden asombrarse de lo que está ocurriendo. Todo se repite, sólo que dentro de un capitalismo financiero y ya no industrial como en el siglo XX.
La guerra y el armamento están en el centro de la economía y de la política desde que el capitalismo se hizo imperialista. Y son también el centro del proceso de reproducción del capital y del proletariado, en feroz competencia entre sí.
Reconstruyamos rápidamente el marco teórico proporcionado por Rosa Luxemburgo, Kalecki, Baran y Sweezy, firmemente plantado (en contraste con las inútiles teorías críticas contemporáneas) sobre las categorías de imperialismo, monopolio y guerra, que nos ofrece un espejo de la situación contemporánea.
Empecemos por la crisis de 1929, que tuvo sus raíces en la Primera Guerra Mundial y en el intento de salir de ella activando el gasto público mediante la intervención del Estado. Según Baran y Sweezy (en adelante, B&S) el inconveniente del gasto público en los años 30 era su volumen, incapaz de contrarrestar las fuerzas depresivas de la economía privada.
“Visto como una operación de rescate de la economía estadounidense en su conjunto, el New Deal fue, por tanto, un fracaso estrepitoso. Incluso Galbraith, el profeta de la prosperidad sin compras bélicas, reconoció que en la década 1930 - 1940, ‘la gran crisis’ nunca terminaba”.
Saldrá solo con la Segunda Guerra Mundial: “Luego vino la guerra, y con la guerra la salvación (…) el gasto militar hizo lo que el gasto social no había conseguido hacer”, porque el gasto público pasó de 17.500 millones de dólares a 103.100 millones.
B&S demuestran que el gasto público no dio los resultados que dio el gasto militar porque estaba limitado por un problema político que sigue siendo el nuestro. ¿Por qué el New Deal y su gasto no consiguieron un objetivo que “estaba al alcance de la mano, como demostró más tarde la guerra”?
Porque sobre la naturaleza y composición del gasto público, es decir, la reproducción del sistema y del proletariado, se desata la lucha de clases.
“Dada la estructura de poder del capitalismo monopolista estadounidense, el aumento del gasto civil casi había alcanzado sus límites extremos. Las fuerzas que se oponían a una mayor expansión eran demasiado poderosas para ser superadas”.
El gasto social competía o perjudicaba a las corporaciones y oligarquías, arrebatándoles poder económico y político. “Como los intereses privados controlan el poder político, los límites del gasto público se fijan rígidamente sin preocuparse de las necesidades sociales, por vergonzosamente evidentes que sean”. Y estos límites valían también para el gasto, la sanidad y la educación, que en aquella época, a diferencia de hoy, no competían directamente con los intereses privados de las oligarquías.
La carrera armamentística permite aumentar el gasto público del Estado, sin que esto se transforme en un aumento de los salarios y del consumo del proletariado. ¿Cómo se puede gastar el dinero público para evitar la depresión económica que conlleva el monopolio, evitando al mismo tiempo el fortalecimiento del proletariado? “Con armamento, con más armamento, con más y más armamento”.
Michael Kalecki, trabajando sobre el mismo periodo, pero sobre la Alemania nazi, consigue dilucidar otros aspectos del problema. Contra todo economicismo que amenaza siempre la comprensión del capitalismo incluso por las teorías críticas marxistas, pone en evidencia la naturaleza política del ciclo del capital: “La disciplina en las fábricas y la estabilidad política son más importantes para los capitalistas que los beneficios corrientes”.
El ciclo político del capital, que ahora sólo puede ser garantizado por la intervención del Estado, debe recurrir al gasto armamentístico y al fascismo. Para Kalecki, el problema político también se manifiesta en la “dirección y los fines del gasto público”. La aversión a la “subvención del consumo de masas” está motivada por la destrucción que provoca “de los fundamentos de la ética capitalista ‘ganarás el pan con el sudor de tu frente’ (a menos que vivas de las rentas del capital)’. ¿Cómo conseguir que el gasto estatal no se convierta en aumento del empleo, del consumo y de los salarios y, por tanto, en fuerza política del proletariado?
El inconveniente para las oligarquías se supera con el fascismo porque la maquinaria estatal está entonces bajo el control del gran capital y de la dirección fascista, con “la concentración del gasto estatal en armamento”, mientras que “la disciplina de fábrica y la estabilidad política se garantizan mediante la disolución de los sindicatos y los campos de concentración. La presión política sustituye aquí a la presión económica del desempleo”.
De ahí el inmenso éxito de los nazis entre la mayoría de los liberales británicos y estadounidenses.
La guerra y el gasto en armamento ocupan un lugar central en la política estadounidense, incluso después del fin de la Segunda Guerra Mundial, porque es inconcebible una estructura política sin una fuerza armada, es decir, sin el monopolio de su ejercicio.
El volumen del aparato militar de una nación depende de su posición en la jerarquía mundial de explotación. “Las naciones más importantes siempre necesitarán lo máximo, y la magnitud de su necesidad (de fuerza armada) variará dependiendo de si existe o no una lucha intensa entre ellas por el primer puesto”.
Por lo tanto, el gasto militar sigue creciendo en el centro del imperialismo: “Naturalmente, la mayor parte de la expansión del gasto público tuvo lugar en el sector militar, que pasó de menos del 1 por ciento a más del 10 por ciento del PNB, y que representó alrededor de dos tercios del aumento total del gasto público desde 1920. Esta absorción masiva del excedente en preparativos militares ha sido el hecho central de la historia estadounidense de posguerra”.
Kalecki señala que en 1966 “más de la mitad del crecimiento de la renta nacional se traduce en el crecimiento de los gastos militares”.
Ahora, en la posguerra, el capitalismo ya no puede contar con el fascismo para controlar el gasto social. El economista polaco, “alumno” de Rosa Luxemburgo, señala: “Una de las funciones fundamentales del hitlerismo fue superar la aversión del gran capital a la política anticoyuntural a gran escala. La gran burguesía había dado su asentimiento al abandono del laisser-faire y al aumento radical del papel del Estado en la economía nacional, a condición de que el aparato estatal estuviera bajo el control directo de su alianza con la dirección fascista” y de que el destino y el contenido del gasto público estuvieran determinados por el armamento.
En los Treinta Gloriosos, sin el fascismo asegurando la dirección del gasto público, los Estados y los capitalistas se vieron forzados a un compromiso político. Relaciones de poder determinadas por el siglo de las revoluciones obligan al Estado y a los capitalistas a concesiones que, en cualquier caso, son compatibles con beneficios que alcanzan tasas de crecimiento desconocidas hasta entonces. Pero incluso este compromiso es demasiado porque, a pesar de los grandes beneficios, “en tal situación los trabajadores se vuelven ‘recalcitrantes’ y los ‘capitanes de la industria’ se muestran ansiosos por ‘darles una lección’”.
La contrarrevolución, desplegada a partir de finales de los años 60, tendrá en su centro la destrucción del gasto social y la feroz voluntad de orientar el gasto público hacia los intereses únicos y exclusivos de las oligarquías. El problema, a partir de la República de Weimar, nunca fue una intervención genérica del Estado en la economía, sino el hecho de que el Estado haya sido investido por la lucha de clases y haya sido obligado a ceder a las exigencias de las luchas obreras y proletarias.
En los tiempos “pacíficos” de la Guerra Fría, sin la ayuda del fascismo, la explosión del gasto militar necesita una legitimación, asegurada por una propaganda capaz de evocar continuamente la amenaza de una guerra inminente, de un enemigo a las puertas dispuesto a destruir los valores occidentales:
“Los creadores oficiosos y oficiales de la opinión pública tienen preparada la respuesta: los Estados Unidos deben defender el mundo libre de la amenaza de agresión soviética (o china)”.
Kalecki, para el mismo período, precisa: “Los periódicos, el cine, la radio y la televisión que trabajan bajo la égida de la clase dominante crean una atmósfera que favorece la militarización de la economía”.
El gasto en armamento no sólo tiene una función económica, sino también de producción de subjetividades sometidas. La guerra, al exaltar la subordinación y el mando, “contribuye a crear una mentalidad conservadora”.
“Mientras que el masivo gasto público en educación y bienestar tiende a socavar la posición privilegiada de la oligarquía, el gasto militar hace lo contrario. La militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias (…) se determina un respeto ciego a la autoridad; se enseña y se impone una conducta de conformidad y sumisión; y la opinión contraria se considera un acto antipatriótico o directamente una traición”.
El capitalismo produce un capitalista que, precisamente por la forma política de su ciclo, es un sembrador de muerte y destrucción, más que un promotor del progreso. Richard B. Russell, un senador conservador del sur de Estados Unidos en los años 60 citado por B&S, nos dice:
“Hay algo en los preparativos para la destrucción que induce a los hombres a gastar el dinero más descuidadamente que si fuera para fines constructivos. No sé por qué ocurre esto; pero durante los treinta años que llevo en el Senado, más o menos, comprendí que, al comprar armas para matar, destruir, borrar ciudades de la faz de la tierra y eliminar grandes sistemas de transporte, hay algo que hace que los hombres no calculen los gastos con el mismo cuidado que cuando se trata de pensar en una vivienda digna y en la atención sanitaria para los seres humanos”.
La reproducción del capital y del proletariado se politizó con las revoluciones del siglo XX. La lucha de clases, invistiendo también esta realidad, hizo emerger una oposición radical entre la reproducción de la vida y la reproducción de su destrucción que desde los años 1930 no ha hecho sino profundizarse.
Al final de la lección podemos decir que no hay transición del Welfare al Warfare porque el gasto público siempre ha sido, al mismo tiempo, civil y militar. James O’Connor habló, correctamente, de Warfare-Welfare.
¿Cómo funciona el capitalismo?
La guerra y el armamento, prácticamente excluidos de todas las teorías críticas del capitalismo, funcionan como discriminadores en el análisis del capital y del Estado. Es muy difícil definir el capitalismo como un “modo de producción”, como hizo Marx, porque la economía, la guerra, la política, el Estado y la tecnología son elementos estrechamente entrelazados e inseparables.
La “crítica de la economía” no basta para producir una teoría revolucionaria. Ya con el advenimiento del imperialismo se produjo un cambio radical en el funcionamiento del capitalismo y del Estado, puesto de manifiesto claramente por Rosa Luxemburgo para quien la acumulación tiene dos aspectos.
El primero “se refiere a la producción de plusvalía –en la fábrica, en la mina, en la explotación agrícola– y a la circulación de mercancías en el mercado. Considerada desde este punto de vista, la acumulación es un proceso económico cuya fase más importante es una transacción entre el capitalista y el asalariado”.
El segundo aspecto tiene como teatro el mundo entero, una dimensión mundial irreductible al concepto de “mercado” y a sus leyes económicas.
“Aquí los métodos empleados son la política colonial, el sistema internacional de créditos, la política de esferas de interés, la guerra. La violencia, el engaño, la opresión, la depredación se desarrollan abiertamente, sin máscaras, y es difícil reconocer las estrictas leyes del proceso económico en el entrelazamiento de la violencia económica y la brutalidad política”.
La guerra no es una continuación de la política, sino que siempre coexiste con ella, como muestra el funcionamiento del mercado mundial.
La guerra no es una continuación de la política, sino que siempre coexiste con ella, como muestra el funcionamiento del mercado mundial. Aquí, donde la guerra, el fraude y la depredación coexisten con la economía, la ley del valor nunca ha funcionado realmente. El mercado mundial tiene un aspecto muy diferente del esbozado por Marx. Sus consideraciones parecen ya no ser válidas, o mejor dicho, deben ser precisadas: sólo en el mercado mundial el dinero y el trabajo devendrían adecuados a su concepto, haciendo realidad su abstracción y su universalidad. A contrario, lo que podemos constatar es que el dinero, la forma más abstracta y universal del capital, es siempre la moneda de un Estado. El dólar es la moneda de Estados Unidos y reina sólo en cuanto tal.
La abstracción del dinero y su universalidad (y sus automatismos) se los apropia una “fuerza subjetiva” y son gestionados según una estrategia que no está contenida en el dinero. Incluso la finanza, como la tecnología, parece ser objeto de apropiación por parte de fuerzas subjetivas “nacionales”, muy poco universales.
En el mercado mundial, ni siquiera el trabajo abstracto triunfa como tal, sino encontrando en su lugar otros trabajos radicalmente diversos (trabajo servil, trabajo esclavo, etc.) y es objeto de estrategias.
La acción de Trump, caído el velo hipócrita del capitalismo democrático, nos revela el secreto de la economía: sólo puede funcionar a partir de una división internacional de la producción y la reproducción definida e impuesta políticamente, es decir, mediante el uso de la fuerza, que implica también la guerra.
La voluntad de explotar y dominar, gestionando simultáneamente las relaciones políticas, económicas y militares, construye una totalidad que nunca puede cerrarse sobre sí misma, sino que siempre permanece abierta, escindida por los conflictos, las guerras, las depredaciones. En esta totalidad escindida, convergen y se gobiernan todas las relaciones de poder. Trump interviene sobre el uso de las palabras, pero también sobre las teorías de género, al mismo tiempo que quiere imponer un nuevo posicionamiento global, político y económico, de los Estados Unidos. De lo micro a lo macro, acción política que los movimientos contemporáneos están lejos hasta de pensar.
La construcción de la burbuja financiera, proceso que podemos seguir paso a paso, tiene lugar del mismo modo. Los actores que intervienen en su producción son múltiples: la Unión Europea, los Estados que deben endeudarse, la Banca Europea, el Banco de Inversiones europeas, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública, los grandes fondos de inversión (todos estadounidenses) que organizan el traspaso de capitales de una Bolsa a otra, y las grandes empresas.
Sólo después de que el choque/cooperación entre estos centros de poder haya dado su veredicto, la burbuja económica y sus automatismos podrán funcionar. Hay toda una ideología sobre el funcionamiento automático que hay que desmentir. El “piloto automático”, sobre todo a nivel financiero, existe y funciona sólo después de que ha sido instituido políticamente. No existía en los Treinta gloriosos porque se decidió políticamente en ese sentido. Funciona desde finales de la década de 1970 por voluntad política explícita.
Esta multiplicidad de actores que llevan meses agitándose se mantiene unida por una estrategia. Hay, pues, un elemento subjetivo que interviene de manera fundamental. De hecho, dos. Desde el punto de vista capitalista, hay una lucha feroz entre el “factor subjetivo” Trump y el “factor subjetivo” de las élites que fueron derrotadas en las elecciones presidenciales, pero que todavía tienen una fuerte presencia en los centros de poder en los Estados Unidos y Europa.
Pero para que el capitalismo funcione debemos tomar en consideración también un factor subjetivo proletario. Éste desempeña un papel decisivo porque, o bien se convertirá en el portador pasivo del nuevo proceso de producción/reproducción del capital, o bien tenderá a rechazarlo y destruirlo. Constatada la incapacidad del proletariado contemporáneo, el más débil, el más desorientado, el menos autónomo e independiente de la historia del capitalismo, la primera opción parece la más probable.
Pero si no logra oponer su propia estrategia a las constantes innovaciones estratégicas del enemigo, capaces de renovarse continuamente, caeremos en una asimetría de las relaciones de poder que nos retrotraerá a antes de la revolución francesa, a un nuevo/ya visto ancien régime.
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Traducido por Tlaxcala, editado por Luis Casado
Publicado en https://tlaxcala-int.blogspot.com/2025/03/maurizio-lazzarato-armarse-para-salvar.html