Por Sebastián Scolnik

No sabemos cómo será vivir sin Horacio. Sin su sonrisa ni sus palabras. Sin esos eternos diálogos telefónicos, atravesados por silencios e incertidumbres, que rechazaban el mensaje de texto o la apelación directa como elusión del ritual y la ceremonia implícita en el arte de la conversación. Se lo llevó una peste a la que problematizó desde sus múltiples dimensiones. Hoy estamos atravesando por una tristeza infinita y desoladora.